1985: Cuando Frankfurt era «La gran aldea»

Trinidad Vergara (*)

| Mi primer viaje a Frankfurt, en octubre de 1985, fue una locura. Yo tenía 25 años. Es la edad decisiva de la vida: todo sucede antes y después de los 25. Ese año mi vida como editora se decidió subiendo y bajando por las escaleras mecánicas del Halle 4, en aquel momento, el pabellón que concentraba a toda la edición internacional en la Feria de Frankfurt.

Entonces, en la planta baja estaban todos los editores de habla inglesa, y de ahí hacia arriba, el resto del mundo. En el primer piso estaban Argentina, España, Italia, Francia, Brasil, Portugal. A los europeos no les gustaba nada estar en el mismo piso que los latinoamericanos. En esas escaleras mecánicas me dije: “Con o sin la familia, a este mundo quiero pertenecer”.

Mi fascinación era saber que todos los que subían y bajaban eran editores, esos miles y miles que circulaban hablando todos los idiomas del planeta. No todos los idiomas, pero en ese momento para mí eran todos. En realidad, los derechos de traducción se trafican el 80% entre 9 idiomas solamente. ¿Por qué fue una locura? Porque yo tenía que hacer buena letra, estaba con mis padres – Javier y Gabriela Vergara – pero realmente me costaba.

Alojábamos en un hotelito, el Westfälingerhof, barato, frente a la estación, a la vuelta de la zona roja, y que en un momento dado incorporó en su planta baja un restaurante chino más barato aún. Allí alojaban también Gloria y Jaime Rodrigué, que viajaban por Sudamericana, y Nicolás e Ivna Costa, fundadores de la agencia International Editors en Buenos Aires, todos ahorrando. Mi madre, aunque amenazada siempre por el exceso de gastos –era culposa y mi padre no le daba gran tranquilidad financiera—fue feliz el año en que finalmente lograron tener una habitación en el Frankfurterhof (a mí me siguieron mandando al hotelito de estación, donde era muy feliz, en cama de monje y con baño afuera). Se la consiguió Alfredo Machado, el fundador de Editora Record de Brasil, padre de Sergio, y de Sonia, quien hoy conduce esa gran casa editorial. Eran vitalicias esas habitaciones, y los editores hacían cualquier cosa por conservarlas. De hecho, cuando años después mi padre vendió Javier Vergara Editor a Ediciones B, la habitación del Frankfurterhof no era parte del inventario, pero suscitó un entredicho, del que yo misma fui parte: “Papá, ¡guárdeme la habitación en el Frankfurterhof para mí por favor!” Con una grave carta mediante, me la consiguió. Yo sabía que no era ninguna frivolidad. Era un tema de estricta estrategia de negocios.

Esa primera Frankfurt fue un aprendizaje duro, de ensayo y error. Dejé plantada a la agente literaria británica Ann Warnford Davies, quien luego me daría alojamiento en Londres (en un sótano helado, pero barato, en fin, probablemente fue su venganza); no iba a las citas pre-pactadas porque me iba a conocer los alrededores de la ciudad, salía de noche con mis nuevos amigos y de alguna forma lograba volver a mi humilde hotelito de la estación. Pero decidí mi vida en la edición, con una seguridad que jamás me abandonó.

Eran épocas de un gran protagonismo de nuestro continente, en especial de los editores argentinos: peleábamos derechos mundiales del español con muy pocos editores españoles, al menos para los grandes best-sellers, por los que se arriesgaban cifras “de cinco ceros” como hablan muchos agentes que viven de alimentar leyendas. Con Jorge Naveiro, factótum del catálogo de “Grandes novelistas” de Emecé, mi padre había llegado a un acuerdo “de caballeros” por el cual no se robarían autores mutuamente. Acuerdo que traicionó Naveiro cuando nos sacó a Oriana Fallaci (cuyo viaje invitada por nosotros a presentar “Un hombre” a Buenos Aires en 1983, en los estertores de la dictadura, es otra historia) con el mamotreto de “Inshallah”.

Hoy Frankfurt sobrevive en una pantalla de zoom. Pero resiste y fascina.

*Editora y consultora editorial argentina en portugués y español. https://www.facebook.com/entre.editores.net/

El paraiso del bibliófilo

Yaiza Santos para JotDown Magazine

Me encantan los libros. Vivo de los libros. Con los libros. Entre libros. Entre montañas de libros. Libros nuevos y libros viejos. Entre escritores. Con escritores. Vivos y muertos. Me vuelven loco los libros, aunque a veces me desharía de todos.

Félix Romeo (1968-2011)

Bueno, Félix, aquí está: la calle Donceles de la que tanto te hablaron y tanto anhelaste. El corazón del corazón de México, una de sus calles más antiguas. Tanto que ya se llamaba Donceles en 1524, apenas tres años después de la conquista. Dicen que porque en una antigua placita, donde hoy se levanta la Asamblea Legislativa de la capital, hubo un mercado de esclavos jóvenes, pero no está muy claro. Mira cómo va rumbo al oriente, ondulada —¡el lago bajo sus piedras, qué quieres!—, hasta llegar al Templo Mayor, las ruinas de la vieja Tenochtitlán. Eso te interesa menos, ya sé, que lo que tienen para ofrecerte estos novecientos metros de calle: librerías, librerías de viejo. Tú también las llamas así, ¿verdad? Por ahí les dicen también librerías de ocasión, anticuarias, de segunda mano, de uso, de lance.

«Cuando voy a un país cuya lengua no conozco sufro mucho, pero no dejo de ir a las librerías», escribiste, así que bienvenido al paraíso. Al «puto paraíso», me pide repetir con precisión Sergio Campos, otro perseguidor de rarezas bibliográficas. De las sesenta y dos librerías de viejo que hay registradas en la Ciudad de México, quince están solo en Donceles. Ya cerraron La Casona de Aura, Marconi y Adiós a los Libros. Corren malos tiempos para el papel, cada vez peores, y los números son feos. Sebastián Rivera Mir consigna que solamente el dos por ciento de los libros que se compran en México sale de una librería de viejo, y que el cincuenta y siete por ciento de los mexicanos no ha entrado en una de ellas. Pero este no es un paseo para los que no entran, sino para los que sí. Tampoco es para complacer a los que odian o a los que ignoran, y menos tratándose de ti, que siempre diste las batallas de la libertad y del amor.

Ven, entremos en El Callejón de los Milagros; salivarás con la escalera y el altillo, con sus pilas de libros custodiándolos. ¿Cabes bajo ese techo? Si no, crucemos a El Tomo Suelto, donde podrás vagar a gusto. Te veo perdiéndote en cualquiera de los seis cuartos que forman sus recovecos, subiéndote en las escaleras hasta el techo, persiguiendo algún libro de Ramón J. Sender o Max Aub. «Los libros viejos producen una extraña fiebre», escribiste, «que hace que te pongas a buscarlos por todas partes, compulsivamente». Y no importa si los tienes repetidos. Tú mismo recordabas a Juan Ramón: «Un libro en ediciones distintas dice cosas distintas».

Creo que así les pasa a los bibliómanos. ¿No te reconoces en esta cita de José Juan Tablada?: «Era un bibliófilo y lo demostraban sus miradas ansiosas que revisaban pacientemente los anaqueles, el ademán acariciador y sensual con que ansiaba el libro que le parecía de mérito y la manera rítmica y parsimoniosa con que volteaba las hojas para ver al trasluz el exacto registro de las páginas». No sabías describir el olor de las librerías de viejo, pero sí tenías claro que, al tocar los libros, te ibas transformando («algo bastante parecido a lo que le había sucedido a Peter Parker cuando le picó una araña»).

¿A qué huele una librería de viejo? Yo diría que a bosque en otoño. De hojas secas y dulces, unas; de suelo mojado tras la lluvia, otras. La librería Regia es de las primeras. Presume de ser la mayor librería de México, con más de un millón de libros disponible, pero esto tampoco es seguro. Ninguno de los libreros que interrogues hoy sabrá a cabalidad cuántos libros tiene, en su local o en las bodegas. ¿Así, como esos montones, estaban los libros en tu casa? Tú mismo lo confesaste: «Vivimos en un almacén de libros, más que en una casa. Tenemos que caminar con cuidado para que las torretas de libros, que crecen en equilibrio inestable desde el suelo hasta el techo, no se desplomen». Ricardo Cayuela lo corrobora: dice que sí, que los libros proliferaban por los suelos, las mesas, los sillones, que invadían todos los espacios en un caos aparente, pues siempre sabías dónde estaba un libro. Así estos libreros de viejo. Anda, pregúntales por un título.

Te cuento que desde que se imprimió el primer libro de América, en 1539 —en la imprenta de Juan PablosBreve y más compendiosa doctrina Christiana en lengua Mexicana y Castellana, de Juan de Zumárraga—, las librerías se fueron abriendo, lógicamente, en el Centro Histórico. Aquí, además, es donde estuvieron las escuelas universitarias hasta 1950 —cuando se construyó Ciudad Universitaria, sobre la piedra volcánica del sur de la ciudad—, así que estaban cerca de sus clientes naturales, profesores, estudiantes, letrados. La historia de todas estas librerías que ves ahora, sin embargo, no es tan antigua: va unida a Donceles desde los años sesenta y, te sorprenderá saberlo, pertenece a una sola estirpe, los López Casillas.

El relato de esta saga familiar lo encontrarás en Libreros. Crónica de la compraventa de libros en la Ciudad de México, pero te hago un resumen rápido. Ubaldo López Barrientos, comerciante nacido en un barrio humilde del centro, se inició en la venta de libros en los años cuarenta, a instancias de su cuñado Nicolás Casillas. Gracias a su memoria prodigiosa y a su buen ojo, se volvió un librero afamado entre los especialistas. A la expansión de sus negocios contribuyó sin duda la extensión de su progenie: Ubaldo y Berta tuvieron once hijos —dos hijas más no superarían el año de vida—, que también se hicieron libreros. Más de setenta librerías llegaron a tener. Hoy, entre todas las ramas familiares, separadas en distintas firmas, conservan la mitad, pero la tercera generación ha recogido el relevo con nuevos bríos. Luego te presento a una nieta de Ubaldo, Selva Hernández, que regenta desde 2016 La Increíble Librería, en la avenida Álvaro Obregón de la colonia Roma. En ella quizá encuentres algunos de los títulos de los que nos deshicimos al mudarnos de casa. Cada libro ha de encontrar su lector.

Iremos después a la Condesa, a que conozcas a Agustín Jiménez y su librería, La Torre de Lulio (en honor a Ramón Llull). Su historia me recuerda un poco a ti (por esto que escribiste: «Al cumplir catorce años, empecé a leer novelas compulsivamente, a buscar novelas en las librerías de viejo de Zaragoza, casi furtivamente, y enseguida quise ser Jack Kerouac y Scott Fitzgerald y Hemingway y John Fante y Bukowski») y así empezó a contármela un día: «Mi caso es de vagancia. Antes que librero, soy lector». En su casa, familia de panaderos, no había biblioteca. El primer libro que compró fue de adolescente, Viajes por la América ignota, de Jorge Ibargüengoitia, con la paga que le dieron por ayudar a un tío. Y desde entonces, empezó a leer, voraz, todo lo que caía en sus manos. La lectura le llevó a la escritura y, a pesar de no haber terminado nunca la secundaria, colaboró en revistas y periódicos durante largo tiempo. Hasta que un día de hace veintitrés años dejó el periodismo cultural para abrir su librería.

Agustín tiene frases lapidarias que te gustarían, como «Las librerías de viejo son el último reducto de la cultura» (porque en este tipo de librerías es donde se inicia el lector, de joven, explica, cuando compra ediciones baratas, y porque aquí acaba volviendo, ya refinado y mayor, cuando busca ediciones especiales) o «Un lector nunca sale de una librería sin comprar un libro. Es algo básico. Lo necesita».

La Torre de Lulio la visitan renombrados bibliófilos de todo el mundo y alguna que otra celebridad. De España, por ejemplo, Chus Visor, Luis García MonteroJoaquín Sabina. Los precios que se llegan a pagar por las primeras ediciones a veces son de vértigo. El mercado del libro viejo es como el de las joyas o las obras de arte. «Cada libro es único», dice Agustín, y estarías de acuerdo. «La primera edición de Rayuela vale treinta y cinco mil pesos [casi mil seiscientos euros] en el mercado. Los que sabemos tratamos de darlo a buen precio».

Los libros más caros que vende —«no cada mes, pero de manera normal»— rondan los diez mil dólares. A pesar de los agoreros del fin del papel, a Agustín no le va mal. Si uno vende libros para reciclar en México, por kilo le darán un peso con veinte centavos (cinco céntimos de euro), así que, por muy barato que venda un librero de viejo, sacará ganancia.

Te releo: «A menudo pienso que debería abrir una librería de viejo, y dejar de una vez por todas de escribir. Me parece un trabajo perfecto para mí», y pienso que habrías sido el mejor librero de esta ciudad. Dijiste que soñabas muchas veces que te mataban en un asalto a mano armada en México. Una pesadilla recurrente que no se hizo realidad. Nunca pusiste un pie aquí y el único ladrón acabó siendo un infarto. Maldigo a ese delincuente por siempre, aunque por siempre vivas en las páginas que te nombran.

Walter Benjamin 2.0: liberar la expresión de las masas en pos del cambio, para que nada cambie

Todos los niños reconocen que a la radio le interesa llevar a cualquiera ante el micrófono en cualquier oportunidad», escribió Benjamin en 1930 o 1931, «haciendo el testimonio público de entrevistas y conversaciones en las que alguien podría opinar» «Mientras la gente en Rusia» aprovecha este reconocimiento, continuó, «aquí [Alemania] el término ‘presentación aburrida’ gobierna, bajo cuyos auspicios el practicante confronta a la audiencia casi sin oposición». En respuesta, el público recurre al «sabotaje» en sus reacciones, observó, en su mayoría apagando la radio en momentos particularmente intolerables.»Pero no se trata de lejanía al tema», advirtió Benjamin;

“Esto a menudo sería una razón para escuchar por un tiempo, sin compromiso. Es la voz, la dicción, el lenguaje; en resumen, con demasiada frecuencia, el aspecto tecnológico y formal que hace que los espectáculos más interesantes sean insoportables, así como en algunos casos puede cautivar al oyente con el material más remoto. (Hay oradores que uno escucha incluso para el informe meteorológico)”

Todo esto recuerda a los comentarios contemporáneos de Bertolt Brecht, quien en 1932 siendo famoso (al menos en los círculos de estudios de medios) criticó a la radio como «unilateral cuando debería ser (de a) dos (sic)»

“Es puramente un aparato de distribución, solo para compartir. Así que aquí hay una sugerencia positiva: cambiar este aparato de distribución a comunicación. La radio sería el mejor aparato de comunicación posible en la vida pública, una vasta red de tuberías. Es decir, lo sería si supiera cómo recibir y transmitir, cómo dejar que el oyente hable y escuche, cómo llevarlo a una relación en lugar de aislarlo. Según este principio, la radio debería salir del negocio de suministros y organizar a sus oyentes como proveedores. Cualquier intento de la radio de dar un carácter verdaderamente público a las ocasiones públicas es un paso en la dirección correcta”

Ajedrez con Bertolt Brecht en 1934

Sin embargo, no se puede encontrar nada de lo que Benjamin transmitió durante sus más o menos tres años como comentarista de radio que ofrezca una versión de su modelo de «medio público», y mucho menos algo de la propuesta bilateral de Brecht. Muchas de las maravillosas charlas de Benjamin se centraron en temas formales: un terremoto en Lisboa, Portugal, una visita a una fábrica de latón, un recorrido por un mercado público y reflexiones sobre las salidas sarcásticas por las que los berlineses eran famosos.

También escribió radioteatro para niños, pero no está claro cómo esos dramas cuidadosamente escritos crearon una radio «en la que cualquiera podría opinar»¿Por qué esta contradicción? Tal vez porque mientras Benjamin esperaba un paisaje de radio que llevara a «cualquiera ante el micrófono», también estaba preocupado por quién podría hacer uso de este y con qué fin. Como casi ningún otro escritor en su tiempo, vio el futuro, nuestro presente y también vio sus riesgos.

En su famoso ensayo de 1936, «La obra de arte en la era de la reproducción mecánica», percibió un mundo emergente en el que las grandes obras maestras del pasado podían ser reproducidas y apropiadas por la gente común de infinitas maneras. Argumentó que con la expansión de la publicación, casi todos se convertirían en autores, incluso prediciendo que «la distinción entre autor y público está a punto de perder su carácter básico» (Hoy le llamamos “Internet”)

Pero Benjamin también se preguntó si esta revolución estaría acompañada de una redistribución del poder en la sociedad, o si se ofrecería como una “bebida” al público.

«El fascismo intenta organizar las masas proletarias recién creadas sin afectar la estructura de propiedad que las masas se esfuerzan por eliminar (…) ve su salvación al dar a estas masas no su derecho, sino la oportunidad de expresarse. Las masas tienen derecho a cambiar las relaciones de propiedad; El fascismo busca darles expresión a esos derechos mientras preserva la propiedad”

¿Estamos viviendo la versión de la pesadilla del futuro de Walter Benjamin? Hoy podemos copiar (casi) todo, descargar todo, probar todo y gritar el contenido de nuestro corazón en Twitter (igual no se los recomiendo) Mientras tanto, la mayor parte de la propiedad real del mundo permanece “segura” en manos de un pequeño porcentaje de la raza humana (el 5%) Benjamin debe haber sentido esta posibilidad mientras componía cuidadosamente sus ensayos para Radio Frankfurt y Radio Berlin.

Ciertamente predijo su fruto en nuestro tiempo. Sin embargo, su legado debe entenderse como mucho más que eso. Lo que destaca en las charlas de radio de Walter Benjamin es su intenso amor por la vida: de las ciudades, la comida, las leyendas urbanas, los niños, el teatro, la historia, la filosofía, los chistes, los mercados abiertos, la literatura y la tecnología. Usando sus programas de radio como vehículo, Benjamin se tomó el tiempo de saborear y celebrar la mayor parte de lo que vio, olió, probó o escuchó en el transcurso de cada uno de sus días. Sería prudente seguir su ejemplo a lo largo de los nuestros, al menos lo mejor que podamos.

✍️ Redacción 1912. Con fragmentos de Walter Benjamin “Juicio a las brujas y otras catáastrofes. Crónicas de radio para jóvenes” (Interzona) y “What did Walter Benjamin think radio was for?” de Matthew Lasar (Radio Survivor)

📸 Portada: Walter Benjamin trabajando para la redacción de la Funk-Stunde AG en la Haus des Rundfunks en Berlín, ca. 1933.

Menos que un tulipán en Estambul…

🤓 📖 (En Argentina decimos «y de paso, cañazo» Pero, vamos, que para «ocuparnos» de la Real Locademia de la Lengua EspaNIola, no necesitamos investigar demasiado… 😳 Lo que nos acaba de recordar otro dicho argentino sobre unos patos negros 🦆 que a cada paso que dan dejan… en fin… bueno, ya saben 💩 😒)

📝 Uno de los fenómenos más peculiares de la literatura actual en castellano se da entre los habitantes de una de esas llamadas “naciones sin Estado” que no está lejos de España, pero cuya realidad es poco conocida. Se trata del Sáhara Occidental, un país ocupado por Marruecos, única nación árabe de habla hispana, poco o nada reconocida por la Real Academia Española de la lengua y el Instituto Cervantes, algo de lo que ellos se quejan amargamente, pues se sienten muy orgullosos y orgullosas de hablar castellano y solicitan que estas instituciones tengan delegaciones en su territorio.

Entre la literatura saharaui destaca su poesía, influenciada principalmente por tres fuentes: su tradición oral fuertemente apegada a la naturaleza y vivencias de su país, la poesía en lengua española de España y América y la lucha por la independencia del Reino de Marruecos.

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Rico en yacimientos de fosfato y en actividad pesquera, y ubicado al sur de Marruecos, el Sáhara Occidental sigue reivindicando la legitimación de su autonomía por parte de la comunidad internacional.

Antiguazona colonial cedida por España a Marruecos y Mauritania tras un vergonzoso acuerdo a fines de 1975, pasados tres meses de su autoproclamada y hasta hoy no reconocida independencia política comandada por el Frente Polisario, la República Árabe Saharaui Democrática fue invadida y ocupada militarmente por el ejército de Marruecos, que pide su anexión definitiva. Desde entonces, el país se enfrenta a una disputa política que envuelve conflictos armados y negociaciones diplomáticas sin solución hasta estos días.

Apesar de todas estas dificultades, el idioma castellano resiste y adquiere características muy singulares en el contexto saharaui.

Elhabla de los saharauis se caracteriza por una combinación de rasgos dialectales españoles y la interferencia de su lengua nativa. Ya que el español es una lengua exclusivamente de transmisión oral para muchos saharauis, en algunos casos la ausencia de /s/ ha pasado a las representaciones léxicas correspondientes.

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Los saharauis menos proficientes tienden a reducir los cinco vocales del español a las tres oposiciones del árabe, dando lugar a neutralizaciones del tipo misa-mesa. De vez en cuando se eliminan los artículos definidos y una que otra preposición, pero en general el español saharauise se parece bastante a las pautas andaluzas y canarias (veamos: se dice de esta última que -junto con el Habla Dominicana-, sea posiblemente la forma más correcta, neutra y simpática de toda la lengua)

Quizá el valor de identidad cultural más importante de los saharauis sea la integralidad entre la poesía en árabe y en español.

La poesía en árabe aborda prácticamente los mismos temas que la poesía castellana; pero se destaca en su inclinación por reflejar la situación del pueblo saharaui y su lucha por la libertad y la independencia. Esto se debe a que la poesía escrita en árabe quizá empezó con la revolución.Los primeros cantos de lucha y los primeros himnos patrióticos se crearon en árabe. Entonces, con cierta timidez comenzaron a surgir los primeros versos en lengua española, teniendo como fondo, igualmente, la situación de guerra, de abandono, de invasión del territorio y del éxodo masivo hacia las fronteras vecinas.

La producción literaria del Sáhara Occidental está representada sobre todo a través de las manifestaciones tradicionalmente compuestas tanto en árabe (de dialecto Occidental o «hasanía») como, más modernamente, en español.

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Los proverbios, cánticos, enigmas y cuentos componen, al lado de la poesía, el género predominante, siendo un conjunto artístico bastante peculiar dentro del universo de las literaturas africanas, tal como canta Bahia Mahmud Awah en “Los libros”:

«Los libros me hablaron de nefastas e injustas guerras.
También me enseñaron cómo odiarlas,
cómo repudiarlas.
Los libros me condujeron a las entrañas de mi siglo.
Porque he visto:
poetas jornaleros,
poetas jardineros,
poetas cristaleros.
Poetas que avivan las letras
donde el cielo abraza la inmensidad de los desiertos.
Pero también he visto
que la palabra de un poeta jardinero
(solo) equivale al precio de un tulipán en Constantinopla(*)»
 
*Con esta figura retórica (definitio), Awah refiere la calidad de los escritos de aquellos poetas que no pueden dedicarse exclusivamente a las artes literarias por la necesidad de atender a su sustento cotidiano. Aunque hoy es muy asociado a Países Bajos, el tulipán fue llevado a Europa recién en la segunda mitad del siglo XV por el embajador del imperio austrohúngaro en Estambul, Ogier Ghislain de Busbecq, que también era botánico, siendo endémico en Turquía, donde puebla generosamente los jardines públicos de Estambul. En efecto, en Estambul un tulipán es muy barato.
 
✍️ Redacción 1912. Con partes de «Verde oasis de la palabra: la literatura en español del Sáhara Occidental» de Amarino Oliveira de Queiroz (Universidade Estadual de Feira de Santana, Bahía, Brasil)
 
📸 RT (TV Novosti)

“El último hombre”, de 1826: cuando Mary Shelley imaginó al mundo devastado por una pandemia

En 1816, Mary Shelley empezó a escribir Frankenstein o el moderno Prometeo. La historia de la criatura hecha de partes de cadáveres era también una advertencia sobre lo que puede pasar cuando un científico pierde el norte. Diez años después, Mary Shelley había cambiado el foco. En 1826, publicó una novela distópica y la llamó El último hombre.
El que toma la palabra en este caso no es un monstruo único en la tierra sino el único ser humano que sobrevive a una peste monstruosa. A pesar de los cordones sanitarios, la epidemia recorre el planeta. Frankenstein nos deja pensando en las cosas que los científicos tendrían que evitar y El último hombre nos deja pensando en lo que, por desgracia, no pueden hacer. Ya no se trata de los excesos de los seres humanos sino de sus limitaciones.
Con la epidemia, en la novela de Shelley las categorías cambian de signo y las paradojas están a la orden del día. En vez de lugar de amparo, el hospital parece un infierno. O dicho de otro modo: se ha convertido en un infierno porque es un lugar de atención, en todos los sentidos. La epidemia se transmite por medio del aire y para vivir, como se sabe, hay que respirar. “Si la infección dependía del aire, el aire mismo estaba expuesto a la infección”, con el agravante de que el aire no podía fraccionarse ni omitirse, según recuerda el último hombre mientras cuenta la historia desde un futuro solitario.
La reclusión es la mejor de las fugas, lo que equivale a escapar sin moverse. Las personas de clase alta resultan más afortunadas, por usar una palabra de cínico uso común, que el resto de la población: tienen casas alejadas de la ciudad, pero la plaga también las alcanza, sólo que con un ligero desfase horario. En un segundo movimiento, los personajes saldrán en busca de un nuevo Paraíso, que en este caso es un lugar concreto del mapa donde esperan encontrar, en vez de la vida eterna, el beneficio pragmático de no enfermarse.
Lo terrible, como adelanta el título, es que la mayoría queda en el camino como si la distopía fuese al mismo tiempo un policial con asesino cantado desde el principio, donde el misterio radica sobre todo en la cuestión del orden de salida. O una road movie con poco margen de improvisación. O acaso una tragedia donde el destino es una fuerza que, además de inevitable y superior, es patológica.
La catástrofe, por su parte, tiene sus secuaces, que para peor de males aportan las propias víctimas. Está “secundada por el pánico”, que trabaja como una especie de secretario de la peste. La enfermedad encuentra sus “poderosos asistentes” en el miedo y los malos presagios. Por su parte, la contracara del pánico también aporta su grano de arena, y la desidia acelera el desastre. Durante páginas enteras porfían los personajes que la peste jamás va a hincar el diente en su ciudad. Cuando reciben las primeras noticias, la consideran un mal lejano, de los otros. “Éramos como el hombre que se entera de que su casa está ardiendo y aun así avanza por la calle sin perder la esperanza de que se trate de un error”. Y a la vez, mientras los personajes avanzan por ensayo y se equivocan, buscan maneras de organizar un mundo mejor.
He aquí una frase optimista del principio de esta historia febril, si me disculpan la imagen sintomática: “La mente humana ha sido siempre la creadora de todo lo bueno y grande para el hombre, y la naturaleza ha actuado sólo como un primer ministro”. Pero a medida que van pasando las páginas esa oración ingenua empiezan a sonar como una ironía, además de un típico caso de “famosas últimas palabras”
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Mary Shelley
Mary Shelley se toma su tiempo para contarnos la vida de cada personaje y la historia compleja de sus relaciones. Cuando empezamos a creer que la novela se trata solamente de eso, o más bien de todo eso, la naturaleza “amiga” aprovecha una imprudencia para mostrar “su rostro amenazante”. En la aceleración de la pandemia algunas preguntas salen a la luz con una claridad que lastima: “¿Qué tiene de inexplicable algo que no es sino un hecho natural?”. Se la puede explicar pero nada la justifica.
Quien busque máquinas visionarias a lo Verne en esta historia puede llevarse una decepción. Los progresos imaginarios de la técnica tienen poca importancia en esta novela futurista de exterminio, de no ser por unos maravillosos globos forrados de plumas que viajan por el aire cual aviones de pasajeros. Como dijo Stanislav Lem, la relación de la ciencia ficción con la ciencia es más alusiva y tangencial de lo que parece, y lo importante es la pregunta por la humanidad, la conexión entre la vida de cada uno y el destino del género humano.
Hablando de conexiones, y sobre todo de conexiones desplazadas: el trasfondo personal de esta novela coincide con el tramo más difícil y solitario de la biografía de Mary Shelley. Su compañero de vida y obra había muerto en un naufragio. Tenía veintisiete años y ya había perdido tres hijos. De a poco se morían sus amigos y se encontraba sola, “como la última sobreviviente de una raza”, escribiendo por encargo para mantenerse. El contexto histórico tampoco era feliz. Las guerras y las decepciones ideológicas ponían a prueba los ideales del romanticismo. Algunas biografías y ensayos critican la influencia de la tristeza de la autora en la novela, como si las páginas se hubieran contagiado de pena. Aunque tuviesen razón y la melancolía se haya transfundido a la ficción, se pierden el cuadro completo.
Copio unas palabras de Mary Shelley mientras escribía El último hombre: “Siento que vuelve la fuerza, y eso ya es una alegría. Al fin se disipa el invierno que había tomado mi alma. Vuelvo a sentir el entusiasmo luminoso de la escritura a medida que puedo volcar lo que siento en el papel. Las ideas se elevan y me complace expresarlas”. Un lector puede leer tristeza en esta historia, otro puede electrizarse con esta fuerza impensada que la anima, y otro puede dejarse llevar por las chispas que se sacan las dos corrientes alternas. La misma Mary Shelley admite en el prólogo de la novela que es extraño “hallar solaz en una narración llena de desgracias y pesarosos cambios. Es uno de los misterios de la naturaleza”.
Cuando la novela fue publicada, la crítica se mostró impiadosa. Al principio la leyeron con avidez pero por razones poco literarias. Como comenta Emily W. Sunstein, en esa época “las novelas con personajes inspirados en personas de la vida real estaban de moda” y así se echó a andar la detectivesca biográfica. Buscaron datos secretos o escandalosos de la vida de Mary Shelley y sus amigos, y leyeron la novela como un simple diario íntimo en clave. Acto seguido, la tildaron de cruda, como si fuese una comida, y de demasiado dura, como si los escritores contrajesen alguna obligación terapéutica cuando se sientan a escribir. Centrada, profesional, desprendida como se dice ahora, la reacción de Mary Shelley fue prometerle a su editor un libro más popular para la próxima entrega.
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Lo cierto es que la plaga de la novela devasta al género humano, pero queda un último hombre para contar la historia, como el guisante del cuento de la princesa. Y encima, la autora demuestra su talento para las traslocaciones.
En el prólogo, Mary Shelley cuenta que encontró el testimonio del último hombre en la Cueva de la Sibilia, en Nápoles, durante un viaje. El recurso en sí no es original. Para ganarse la credulidad de los lectores, los autores solían anunciar que sus historias estaban basadas en documentos encontrados por azar. Pero Mary Shelley sabía sacarle ventaja a los usos comunes de sus colegas. La linealidad no era una de sus aspiraciones. Para empezar, el libro mismo es una prueba del fracaso de la epidemia, porque reproduce el testimonio de un sobreviviente. En segundo lugar, si se lo piensa un poco, se ve que el prólogo es en realidad el verdadero final porque al último hombre le seguimos nosotros, multiplicados, regenerados, leyéndolo tranquilamente, libro en mano. De paso, Mary Shelley deja clara su función de curadora del pasado. “A causa de su estado disperso me he visto en la obligación de añadir relaciones, de darle una forma coherente al trabajo”, explica en este prólogo donde se define como “adaptadora y traductora” de los manuscritos del último hombre. Y se convierte en la primera mujer que edita y organiza el relato caótico y disperso del fin del mundo.
Publicada en 1826, la novela fue más comentada que leída. La prohibieron en Austria, la publicaron en Francia, y en 1833, circuló con una edición pirata en Estados Unidos. Se estrenaron algunas obras teatrales basadas alevosamente en la novela y en algunas revistas circulaban historias con personajes inspirados en ella. Al tiempo, se hundió en el olvido, hasta que volvieron a publicarla en 1965.
En lo personal, estos días me encuentro cada dos por tres con esa sensación que Mary Shelley describe en la novela: “¿Quién, tras un grave desastre, no ha vuelto la vista atrás con asombro ante la inconcebible torpeza de comprensión que le impidió percibir las numerosas hebras con que el destino teje su red, hasta que se ve atrapado en ella? “
Y por último: se dice que las novelas distópicas pintan el “fin de la humanidad”. Pero estas historias demuestran que la humanidad, en el sentido esencial, resiste. Miren sino lo que dice un personaje de El último hombre: “La plaga no hallará en nosotros presa fácil. No seremos cobardes ni fatalistas. La limpieza y la sobriedad, incluso el buen humor y la benevolencia son nuestras mejores medicinas”. O lo que comenta otro, después de describir cosas terribles: “También se conocen actos heroicos, actos cuya sola mención llena de orgullo los corazones y de lágrimas los ojos. Así es la naturaleza humana: en ella la belleza y la deformidad suelen ir de la mano”.
Esther Cross | Autora de “La mujer que escribió Frankenstein”, novela biográfica basada en la vida de Mary Shelley. Emecé. 2008.

Esta será mi venganza…

📰 😔 Se ha ido Ernesto Cardenal, poeta, sacerdote y revolucionario de Nicaragua 🇳🇮 , conocido, ante todo, por su obra poética, que le mereció varios premios internacionales; fue uno de los más destacados defensores de la teología de la liberación en América Latina durante la Revolución Nicaragüense de 1979. Ayer, Francisco revocó la ‘suspensión a divinis’ que pesaba desde hace tiempo sobre Cardenal, instaurada por Juan Pablo II debido a su militancia política en 1985 y que le impedía ejercer sus funciones sacerdotales.
 
📖 EPIGRAMAS (Claudia)
«Te doy, Claudia, estos versos, porque tú eres su dueña.
Los he escrito sencillos para que tú los entiendas.
Son para ti solamente, pero si a ti no te interesan,
un día se divulgarán tal vez por toda Hispanoamérica
Y si al amor que los dictó, tú también lo desprecias,
otras soñarán con este amor que no fue para ellas.
Y tal vez verás, Claudia, que estos poemas,
(escritos para conquistarte a ti ) despiertan
en otras parejas enamoradas que los lean
los besos que en ti no despertó el poeta.
 
Cuídate, Claudia, cuando estés conmigo,
porque el gesto más leve cualquier palabra, un suspiro
de Claudia, el menor descuido,
tal vez un día lo examinen eruditos,
y este baile de Claudia se recuerde por siglos.
 
Claudia, ya te lo aviso.
 
De estos cines, Claudia, de estas fiestas,
de estas carreras de caballos,
no quedará nada para la posteridad
sino los versos de Ernesto Cardenal para Claudia
(si acaso)
y el nombre de Claudia que yo puse en esos versos
y los de mis rivales, si es que yo decido rescatarlos
del olvido, y los incluyo también en mis versos
para ridiculizarlos.
 
Esta será mi venganza:
Que un día llegue a tus manos el libro de un poeta famoso
y leas estas líneas que el autor escribió para ti
y tú no lo sepas.
 
Me contaron que estabas enamorada de otro
y entonces me fui a mi cuarto
y escribí ese artículo contra el Gobierno
por el que estoy preso.»
 
✍️ Ernesto Cardenal «Epigramas»
📽️ Misa Guerrillera con el FSLN circa 1985 (El Heraldo de Barranquilla)

La Mon…

😔📰 «La Mon cobró $300 millones, la Mon no llenó la Quinta», dice el oficialista «periodismo de guerra» chileno… 🇨🇱
 
La Mon Laferte o Monserrat Bustamante, hace 3 meses, antes de hacer una gira mundial y de ganar un Grammy estuvo cantando en tomas, poblaciones y cerros, gratis para la gente.
 
Dicen que la Mon no llenó la Quinta, pero lo que no llenó fue la platea, donde la entrada cuesta la mitad de un sueldo (de $109.250 a $247.250), pero claro que llenó la galería, donde está su público, que igual se encalilló y sacó la entrada en cuotas, pero la mayoría de su gente estaba en sus casas, viéndola por la tele, en familia, llorando a moco tendido o cantando acompañados de algo pa’ picar, por que al otro día deben levantarse temprano pa` trabajar.
mon_laferte-2
 
Dicen que la Mon cobró 300 millones, pero claro, eso y más vale el show de una artista ganadora de Grammys, eso valen esa calidad de músicos y su arte, su composición, su voz.
Y hay que considerar cuánto genera en publicidad, 52 puntos de rating y miles de reproducciones de su presentación. Bueno, eso vale un artista de primer nivel.
 
La cabra viene de pobla, más de alguno la vio alguna vez cantando en la calle Valparaíso, afuera del portal Los Alamos, “telonendo” a los Pitusos, unos payasos callejeros. La cabra se fue a Mexico a cantar en el metro y vender sus CD’s en la calle, la cabra venció un cancer a la tiroides que la dejó sin cantar por un tiempo, la cabra ahora llena escenarios a nivel mundial, sin pitutos, sin apellido, sin boletas truchas.
 
Nadie le regaló nada y lo ganó todo. Tiene clarito de donde viene y pa’ donde va.»
 
✍️ Christian Gatica.
📸 Festival Internacional de Peñas 2020. Villa María 🇦🇷

Venceréis pero no convenceréis

🧐 🔥 «¡Éste es el templo de la inteligencia y yo soy su sumo sacerdote! Vosotros estáis profanando su sagrado recinto. Yo siempre he sido, diga lo que diga el proverbio, un profeta en mi propio país. Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis, porque para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitaréis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España. He dicho».

 

🎙️ Miguel de Unamuno. Paraninfo de la Universidad de Salamanca. 12 de octubre de 1936. Aquel día se celebraba lo que entonces se conocía como el ‘Día de la Raza’ y que ese año coincidía con la apertura del año académico. Para ello se celebró un acto en la universidad que contó con la presencia de ilustres personalidades, pero sobre todo de un nutrido grupo de representantes del fascismo español. Unamuno era rector y debía cerrar el acto tras las diferentes intervenciones, una de las cuales le molestó de manera especial: la realizada por José Millán-Astray, fundador de la Legión Española, que gritó consignas que irritaron al anciano catedrático, quien le contesto luego cambiando su discurso original. Los presentes, que en su mayoría eran falangistas uniformados, entraron en cólera, insultando a Unamuno e intentando agredirle. El escritor y filósofo se salvó de ser linchado por aquella multitud descontrolada de irracionales falangistas gracias a la rápida y oportuna intervención de Carmen Polo, esposa del general Franco, quien se agarró del brazo de Unamuno y lo acompañó hasta la puerta de su casa. Ese mismo día llegó una orden de arresto domiciliario y pocos días después Miguel de Unamuno era cesado como rector de la Universidad de Salamanca por orden del propio Francisco Franco. A partir del incidente universitario, la expresión ‘Venceréis pero no convenceréis’ se convirtió en todo un lema para el bando republicano. Unamuno falleció el 31 de diciembre de ese mismo año de forma súbita mientras seguía arrestado en su domicilio 😔

Elegir ir por la vida, siendo FELIZ…

 🥅 👩 «Ella es Josefina. Tiene 10 años. Desde que nació, le regalé el don de elegir. Elegir el color de la ropa. Elegir los juguetes. Elegir la música que querían que los acompañe en el encuentro con uno mismo. Elegir a sus amigos. Elegir a sus mascotas. Elegir a sus amores. Elegir el color de la mochila y la cartuchera. Elegir un deporte o lo que les guste.
Cuando Josefina era pequeña y redactaba su carta a Papá Noel repetía los pedidos cada año: un fútbol y la camiseta de River o la del Barsa, la del Inter, la del Chape, la de Talleres, guantes de arquero. Botines azules, rojos, amarillos… No recuerdo que haya pedido una muñeca, una cocina o una Barbie. Tampoco son muchas las veces que usó un vestido y sandalias. Le parecían y le parecen horribles.

Como deporte eligió fútbol y fueron muchas las veces que pensé: ¡ay enana de mi cuore, qué difícil va a ser que seas feliz en un mundo tan aburrido como el nuestro! Pero la piba tiene más personalidad que muchxs niñxs de su edad, y más grandes también. Se bancaba (y se banca) los “qué machona sos”, “¿no te da vergüenza jugar con cosas de varón?”, “¿te gustan las nenas?”. A mi me tocó más de una vez el “¿no tenes miedo que sea torta?”, y el repetitivo ESTÁS HACIENDO LAS COSAS MAL…

Siempre pensé lo difícil que es ser mamá, hasta que nació Josefina y entonces dije: no, lo terrible es ser niñx, lo tremendo es ser diferente entre tanto modelito de igualdad. Lo realmente aterrador es SER y ejercer.

Por suerte hoy existen pibas que luchan, que gritan…que saben lo que valen y lo demuestran. Gracias a ellas miles de Josefinas pueden jugar a la pelota y al voley. Usar vestido y short. Vestir de rosa y celeste. Y cuando sean grandes hasta van a poder caminar por la calle sin miedo porque van a ser un montón. Pero es importante que quede claro algo; para que todo esto suceda, tenemos que empezar por casa.

Así que si alguna vez tenés el increíble regalo de hablar con una Josefina; déjala que te cuente lo lindo que es ir por la vida siendo FELIZ.» 

✍️ Romina Carrizo

Garibaldi y Rocha…

“Nací en Garibaldi y Rocha y he vivido cuarenta años, para morirme unas cuadras más abajo, llevándome conmigo todo lo que pude sacarle a mi barrio y todo lo que pude encontrarle a la ciudad. Y ya es bastante. Porque Buenos Aires se está llenando de fulanos, que solo tienen caras y cuerpos y no saben adonde van entre sus moles de cemento, por la red de sus calles, en el territorio estirado junto al río opaco, bordeado su perímetro por cementerios populosos, donde se multiplica la destrucción. Me muero lleno de recuerdos y sin una puerta para el futuro.”

Javier Ghiglino(*) “Fue de Ley,(**) Osvaldo Petrelli”
De “El revés del espejo” (Ed. Tinta Nueva, 1983)
📸”El arrabal(***)” de Lino Enea Spilimbergo, pintor y grabador argentino, considerado uno de los grandes maestros del arte nacional.
*Escritor argentino oriundo de la Prov. de Entre Ríos, autor de varios libros y colaborador recurrente de las secciones literarias de los diarios “La Nación” y “La Prensa”, durante la década del ‘70.
** ”Ser de Ley” Arg.: ser honesto, probo.
*** ”Arrabal” R. de La Plata: suburbio.

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